El pasado mes de Junio, y por la Editorial Pearson, publiqué mi segundo libro que lleva por título: “Aprendiendo a liderar”. En el mismo, desarrollo aspectos del liderazgo que, acompañando siempre a nuestra condición humana, jamás se nos presentarán como suficientemente “sabidos/vividos”, entre otras razones porque tal como propongo en el subtítulo “El mundo no hay que entenderlo, hay que sentirlo”.
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Aquí os presento alguno de mis libros de referencia: “Desde la Adversidad”, Santiago Álvarez de Mon; “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, S.R. Covey; “El octavo hábito”, S.R. Covey. El +1 se refiere a mi primer libro: “la gestión emocional” de la Editorial Pearson.
En ocasiones los empleados se encuentran con un jefe que emplea el miedo como herramienta. Es por ello que muchas veces nos surge la pregunta: “¿Qué hago si mi jefe me grita?”. En el siguiente vídeo encontraréis algunas de mis reflexiones al respecto.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con esta pregunta? Nos sitúa entre dos alternativas sin sentido alguno. El ser humano nace y se hace. Una mala potencialidad es mejorable pero nunca se situará en un desempeño excelente.
En la búsqueda de conceptos pretendidamente novedosos nos hemos topado de forma más o menos reciente con el término compromiso. A resultas de tan señalado “logro” ya podremos aferrarnos a una nueva coletilla mediática. Así, a territorios tales como el del liderazgo, y el de la gestión del talento, entre otros, les añadiremos sin demasiados miramientos el del compromiso.
En la foto de portada de una revista de tirada mensual y anejo a la sien derecha de Vicente del Bosque se puede leer el siguiente título: Los expertos nos dan la fórmula exacta. Tú puedes ser un líder como Rafa Nadal, Barack Obama, Amancio Ortega, Carlos Slim, Mahatma Gandhi”.
No siempre se trata al trabajador (sea cual sea su posición) como lo que es: persona por encima de cualquier otra consideración. El buen trato debe ser un hecho innegociable.
Son muchos los programas de dirección de empresa que fundamentan la validez de sus enseñanzas -y consecuente aprendizaje- a partir de conocimientos de naturaleza puramente intelectual. Conocimientos que, por otra parte, se muestran como insuficientes para el buen gobierno de cualquier institución.