En boca de un reputado ponente, y según consta en un artículo publicado por RRHH Digital: “la gente feliz es tres veces más creativa, y quince veces más productiva”. Sentencia que, dictada al calor de unas jornadas sobre empleabilidad de jóvenes universitarios, nos deja postrados ante la “evidencia” de que para producir más y mejor hay que hacer, con carácter previo, felices a nuestros jóvenes (a los no tan jóvenes también, claro está). La relación causa efecto parece evidente: Hagámoslos felices que después obtendremos mejores resultados.
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De manera regular en el ámbito de la empresa, y en muchos casos más cerca del show bussines que del intento formativo, se celebran sesiones, denominadas de motivación, en las que se tratan temas de lo más variopinto: optimismo e ilusión, cómo ser feliz, reilusionarse, resiliencia, y un largo etcétera de títulos que a modo de tierra prometida nos ofrecen solución a muchos de nuestros desencuentros con la vida.
La falacia del mensaje ilusionador y reilusionador. El combustible en la persona no es otro que el compromiso con un “motivo” que le “energiza”.
En infinidad de ocasiones se nos presenta a la felicidad como el bien más anhelado. Cuántas veces en la pareja, y con ocasión de una conversación marcadamente intimista, uno de sus miembros -la mayoría de las veces mujer- se encuentra con el enunciado plañidero de una frase mágica que le restriega por la cara: “si yo solamente quiero ser feliz”.