Recuerdo cuando en mis primeros escarceos con el álgebra me topé con la relaciones de equivalencia, y en particular con una propiedad de ellas denominada simetría.
Así, una relación entre dos elementos tenía la consideración de simétrica cuando comparados a través de ella se manifestaban en un plano de absoluta irrelevancia. Que A fuera “igual” que B, implicaba que B era “igual” que A; en lógica consecuencia la igualdad gozaba de la propiedad simétrica.