¿Hasta qué punto una empresa puede hacernos felices? En sus manos se encuentra la posibilidad de propiciar un ambiente adecuado de trabajo, pero de ahí a otorgarle el poder de hacernos felices hay un trecho muy grande. De resultar así, qué hijo, amparado por unos padres que le desean feliz, ¿no lo sería? La respuesta no se encuentra fuera de nosotros.
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Por fin ha quedado resuelto el misterio sobre el que versaba la campaña que, soportada en vallas publicitarias, presentaba a unos extranjeros “hartos de los españoles”. La respuesta, previa demora temporal encaminada a provocar al personal, no era otra que presentar el fastidio evocado en el resto de ciudadanos del mundo por tener que habérselas de forma habitual con españoles que por condición tenían -y tienen- la de ser más talentosos.
La importancia de los roles desempeñados por los distintos departamentos de una empresa ha variado en relación a la evolución del mercado y sus necesidades. Hasta muy avanzada la Era Industrial, y enfrentados a mercados ávidos de productos en su necesidad, la preponderancia de los Departamentos de Producción era incuestionable: todo lo que se producía encontraba comprador.
Una parte importante de nuestra sociedad, empeñada en su huida hacia la nada, tiranizada por la búsqueda constante de placer y divertimento, y contumazmente obstinada en transitar por inexistentes atajos hacia la felicidad y la ilusión, se muestra ajena a determinados registros que, en su papel de actores, debieran desempeñar personajes claves en el buen gobierno de la misma.
Hubo una época en la que el complejo de nuevo rico quedaba circunscrito a lo puramente económico, al alarde, en forma de sobreactuación enfermiza, de todo cuanto propiciara una imagen de opulencia ajena a un pretérito que, por desmerecedor de la situación actual, se trataba de ocultar. El triunfo de la soberbia presente sobre la obligada humildad pasada.
De un profesor se pretende conocimiento; de un maestro, además ejemplo; de un entrenador, expertise transformadora e impulsora; ¿y de un ponente? ¿Palabras huecas, animadoras, y vacías de contenido? ¿Cómo es la trastienda del mismo? ¿Cumple con la regla de oro? Recomienda a otros lo que no desea para sí. ¡Cuánto humo nos acompaña!
La imagen que tenemos de nosotros mismos como consecuencia, entre otras circunstancias, de nuestras primeras experiencias familiares, escolares, y de amistad, puede marcar de forma dramática la forma en que nos empleamos con los demás.
El mundo, al igual que la música, no (solo) hay que entenderlo, (también) hay que sentirlo. Intelecto y emoción en un plano de igualdad. La emoción no es una derivada segunda del intelecto. ¡Situemos a la emoción en su sitio!
Por todos o casi todos, es sabida la forma en que la tecnología ha facilitado la posibilidad de conexión de los unos con los otros, así como también los grados de libertad que la misma ha añadido a nuestras capacidades de expresión y comunicación. La tecnología, transformando nuestro entorno inmediato, ha provocado una concepción del saber un tanto engañosa: sólo lo calificado como útil pasa a tener la consideración de valioso, al resto sólo le cabe el abandono y el menosprecio.