El mundo, al igual que la música, no (solo) hay que entenderlo, (también) hay que sentirlo. Intelecto y emoción en un plano de igualdad. La emoción no es una derivada segunda del intelecto. ¡Situemos a la emoción en su sitio!
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Por todos o casi todos, es sabida la forma en que la tecnología ha facilitado la posibilidad de conexión de los unos con los otros, así como también los grados de libertad que la misma ha añadido a nuestras capacidades de expresión y comunicación. La tecnología, transformando nuestro entorno inmediato, ha provocado una concepción del saber un tanto engañosa: sólo lo calificado como útil pasa a tener la consideración de valioso, al resto sólo le cabe el abandono y el menosprecio.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con esta pregunta? Nos sitúa entre dos alternativas sin sentido alguno. El ser humano nace y se hace. Una mala potencialidad es mejorable pero nunca se situará en un desempeño excelente.
Estando, como estamos, en época festiva, resulta de lo más cotidiano asistir a alguna de las múltiples cenas de empresa que se celebran con motivo de La Navidad. En ellas, y en un ambiente que se pretende cordial y distendido, se mezclan, compañeros, jefes, y colaboradores de trabajo. Lo que allí ocurra, se manifestará como un síntoma más de lo que la empresa es y de los valores que la soportan.
¡Cuántos inteligentes he conocido que no saben mandar! Sentencia extraída de un manual de buenas prácticas en el arte de dirigir que nos recuerda las limitaciones de la brillantez académica en el gobierno de instituciones de naturaleza social.
Resulta cuanto menos curioso que la Universidad Española, caracterizada por vivir inmersa en una endogamia abstraída en la más autista de las ensoñaciones, se haya transformado en un vivero de políticos que, instalados en sus atalayas de inconcreción, se presenten como el paradigma del buen gobernante.
Recuerdo cuando en mis primeros escarceos con el álgebra me topé con la relaciones de equivalencia, y en particular con una propiedad de ellas denominada simetría.
Así, una relación entre dos elementos tenía la consideración de simétrica cuando comparados a través de ella se manifestaban en un plano de absoluta irrelevancia. Que A fuera “igual” que B, implicaba que B era “igual” que A; en lógica consecuencia la igualdad gozaba de la propiedad simétrica.
El pasado 9 de Octubre, y en Barcelona, tuve oportunidad de asistir al evento organizado por RRHH Digital sobre “Recursos Humanos y talento en el ámbito empresarial”.
En su tramo final se desarrolló un debate en el que se puso de manifiesto que la persona en su singularidad se presenta como poseedora de unos talentos específicos que debieran ser merecedores de explotación adecuada.
No obstante, aprecié que el tema, reducido a los solos efectos de la inteligencia o de la habilidad Kinestésica (Messi y Cristiano estuvieron presentes), no dio la medida exacta de lo que en verdad debiera considerarse como tal.
Con frecuencia, y en el marco de la empresa, se celebran sesiones, cursos, y seminarios, que pretendidamente buscan el desarrollo de sus equipos directivos. De entre ellos, me refiero a los que persiguen la mejora de sus habilidades directivas, entendidas éstas como aquel conjunto de “prestaciones de carácter profesional” que debieran adornar -en su buen hacer- a cualquier directivo al margen de su sector de actividad.
En ocasiones, asomarse a la función directiva en una empresa puede ser consecuencia de un largo camino de entrega y aprendizaje; otras veces, por el contrario, es un “premio” que por sobrevenido deja al descubierto carencias que difícilmente dejarán de serlo en un plazo de tiempo relativamente corto.