En la década de los 80, el psicólogo holandés Geert Hofstede desarrolló el Modelo llamado de Las Cinco Dimensiones con la finalidad de identificar patrones culturales de grupo. Tales patrones, se mostrarían como una poderosa ancla de comportamiento tanto a nivel nacional o regional como social y de empresa. Se identificarían como un modo particular de emplearse alimentado por el hábito y la costumbre particular de un sistema de convivencia.
¿Hasta qué punto una empresa puede hacernos felices? En sus manos se encuentra la posibilidad de propiciar un ambiente adecuado de trabajo, pero de ahí a otorgarle el poder de hacernos felices hay un trecho muy grande. De resultar así, qué hijo, amparado por unos padres que le desean feliz, ¿no lo sería? La respuesta no se encuentra fuera de nosotros.
En boca de un reputado ponente, y según consta en un artículo publicado por RRHH Digital: “la gente feliz es tres veces más creativa, y quince veces más productiva”. Sentencia que, dictada al calor de unas jornadas sobre empleabilidad de jóvenes universitarios, nos deja postrados ante la “evidencia” de que para producir más y mejor hay que hacer, con carácter previo, felices a nuestros jóvenes (a los no tan jóvenes también, claro está). La relación causa efecto parece evidente: Hagámoslos felices que después obtendremos mejores resultados.
En ocasiones los empleados se encuentran con un jefe que emplea el miedo como herramienta. Es por ello que muchas veces nos surge la pregunta: “¿Qué hago si mi jefe me grita?”. En el siguiente vídeo encontraréis algunas de mis reflexiones al respecto.
Siro, perplejo en su ensimismamiento, daba vueltas y vueltas a la idea de que dirigir tenía un significado mucho más profundo que el mero reparto de instrucciones. Hacía tiempo que, ante la perspectiva de poder desempeñar la función de director de operaciones de su empresa, se había centrado en adquirir hechuras de buen directivo.
¿Es posible que una organización transforme en comprometido a quién a título personal no lo es? ¿En qué consiste el hecho de que una persona le podamos otrogar el calificativo de comprometida? Reflexionemos sobre ello.
La imagen que tenemos de nosotros mismos como consecuencia, entre otras circunstancias, de nuestras primeras experiencias familiares, escolares, y de amistad, puede marcar de forma dramática la forma en que nos empleamos con los demás.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con esta pregunta? Nos sitúa entre dos alternativas sin sentido alguno. El ser humano nace y se hace. Una mala potencialidad es mejorable pero nunca se situará en un desempeño excelente.
En la búsqueda de conceptos pretendidamente novedosos nos hemos topado de forma más o menos reciente con el término compromiso. A resultas de tan señalado “logro” ya podremos aferrarnos a una nueva coletilla mediática. Así, a territorios tales como el del liderazgo, y el de la gestión del talento, entre otros, les añadiremos sin demasiados miramientos el del compromiso.