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Si el peluche, como consecuencia de enfermedad, tuviera fiebre, no parecería razonable pensar que cualquier otro “osito”, en sus mismas circunstancias,  no se podría contagiar de idénticas dolencias y calenturas.

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Decía Galeno (médico griego),  los síntomas son expresiones de una enfermedad que como sombras la acompañan. Éstos se manifestarían como una señal de alarma de lo que el cuerpo, en su “dolor” y desajuste, expresa. Señal, que en su utilidad  permite enfrentar  dolencia y remedio. Tratado el mal, habitualmente desaparece; aunque en  ocasiones, y ante la imposibilidad de doblegarlo, nos finiquite o tengamos que convivir con él. En todo caso, el síntoma  es una consecuencia de la dolencia.

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El aluvión de nuevas marcas  en el escenario político actual, se presentaría como la expresión de una enfermedad que al no ser tratada en su higiene regular, por el cuerpo político habitual, la ha hecho posible.

El espectáculo de la corrupción -nauseabundo espectáculo-, desde la mirada de la desesperanza laboral y económica, ha propiciado la existencia de un tipo de partidos  que, cual síntoma enfermizo, se proyectan como sombras de la carcoma que nos acompaña.

La corrupción, como enfermedad social y moral que es,  sólo cursa  con ocasión de desempeño del poder. “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” (Lord Acton). Sería algo así como que para padecer una enfermedad endémica resulta indispensable haberse adentrado en  territorios potenciales de la misma.

¿Cómo padecer de “corrupción” sin haber ocupado “posiciones” de posible corruptela e “inoculación”? De ahí que cualquiera que no se haya rozado con el poder tenga unos inicios políticos de lo más inmaculados (aún y así…). Hasta que de lleno en el ruedo, y formando parte de él, se dé cuenta de su auténtica dimensión.

Aquéllos que ajenos a la política la ambicionaban para imponer sus ideas, y en un ejercicio de puro marketing político concibieron un mensaje que por  aglutinador de voluntades podría resultar imbatible: “¡No a la corrupción de muchos de los que hasta aquí nos han traído! (a su entender el resto de partidos). Somos la garantía que, por no contaminada, hará posible su total erradicación”.

Se les olvidó reseñar que estaban libres de “pecado” por una única y sencilla  razón: aún no habían visitado ningún  terreno pantanoso en el que se pudiera adquirir la dolencia.

Y así, por oposición a lo común y establecido, se construyó un relato de lo más… no lo califiquemos. Si el “choriceo” habitual se acompañaba de traje, de corbata, y de modales educados, ellos, por oposición, debieran mostrarse “cutres”, desconsiderados, y mal encarados. Como si no fuera posible que la “honradez” (extraño vocablo que nadie cita) se pudiera acompañar de saber estar.

Por extensión del argumentario, el “manguis de turno”, siendo asociado con una ideología de libre mercado, de creación de riqueza (sin ella no hay reparto posible), ellos, en su inmaculada posición de tierra pantanosa no visitada, se posicionan en una matriz de marketing político distinta: reparto de lo que, no existiendo,  es menester  “confiscar previamente”; defensa de una rigidez del mercado laboral que no haría otra cosa que ir en contra de los intereses de a quien dicen tratan de defender: el trabajador.

Viejas historias de principios del siglo XX que, en revival oportuno, se nos presentan de nuevo. Por cierto, fue el incremento de la productividad industrial (generación de riqueza), y no otra cosa, la que  arrumbó la ideología que de nuevo se trata de reponer (Peter Drucker).

En parte de nuestro imaginario colectivo, se ha instalado la idea de que la educación y corrección en las formas, junto con la excelencia en el desempeño como hacedora de una mejor retribución, son expresiones de una forma de hacer sospechosa en lo ilícito. Como si la ética sólo pudiera cursar de la mano de lo chabacano y soez.

Cualquiera de ellos, evita posicionarse a la izquierda o derecha del centro, en un intento -puro marketing- de capitalizar el descontento que les alimenta.

Ahora o nunca piensan para sí quienes sólo valoran el momento más propicio para tomar posición. Se saben conocedores de que si al mal se le aplican los remedios propios de la justicia -como así parece que va sucediendo-, ellos, como síntoma de una enfermedad que son, languidecerán hasta su total irrelevancia.

Artículo publicado en El Confidencial Digital el 24/3/2016

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