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Tal era la pregunta con la que, no hace demasiado tiempo, se iniciaba un amigo en su conversación. Quizás -continuaba-, si lo entendiera podría encontrar la forma de evitarlo. Debo añadir, que no era la primera vez (ni seguramente la última) que me encuentro con un interrogante  como el apuntado.

jefe-gritón

-Entender no es suficiente -le respondieron-, pero tarde o temprano tendrás que encarar la situación “tirando” de carácter; no obstante, que no lo sea, en modo alguno debiera significar vano. Si con el entendimiento pudiéramos dar por resuelto nuestro proyecto vital todo sería mucho más llano y sencillo, pero por desgracia no es así.

Recuerdo -le siguieron refiriendo- la anécdota de un alumno de una Academia Militar, guineano por más señas, en la que, ante la invitación a iniciarse en  carrera  -pues se encontraba en una sesión de mantenimiento físico- por parte del profesor, respondió:

-Yo he venido aquí a aprender, y a correr ya sé.

En su mente -poco evolucionada hasta aquel momento-  con entender ya era suficiente. ¡Qué distinto resultaba el hecho de que fuera capaz de emplearse en esfuerzo continuado durante 50 minutos!

El mundo no hay que entenderlo (solo), (además) hay que sentirlo, y si no que se lo pregunten a los asistentes a cualquier conferencia motivadora en la que, tras ser expuesta una historia de éxito en situaciones de extrema  adversidad, se nos sugiere que  cualquiera podría conseguirlo. Si Will Smith, encarnando a Chris Gardner en la película “En busca de la felicidad”, lo hizo,  ¿por qué no cualquier otro? Ausentes, y distantes en el tiempo, de la sesión en cuestión nos daremos cuenta de que con entender no es suficiente. Hace falta, además, arrestos, coraje, perseverancia… y suerte, suerte que hay que saber buscar, y suerte, que a veces se  presenta y a veces no.

Coraje, sabiduría, y paciencia; ese debiera ser el mix adecuado de las prestaciones en el comportamiento de una persona. El solo coraje, nos advierte de una mente de escasa condición. La sola paciencia, se acaba traduciendo en un ejercicio de plena de cobardía. El solo saber, la comodidad de una mente egoísta que guarda para sí lo que debiera compartir con los demás.

Pero vayamos al entendimiento -continuaron-. En el pretérito singular del jefe gritón se adivina la experiencia de  un niño no vivido, ignorado en el cuidado debido de sus padres. Nada o casi nada en él mereció la atención de sus progenitores; sus gustos, inquietudes, problemas y desafíos ignorados en la complicidad de una jornada laboral extenuante o quizás amparados por la justificación de haber recibido un trato similar de sus antecesores.

Si nada en él justificaba un momento de atención, de complicidad en el juego, de apoyo en los deberes, de desvelo en sus sinsabores con la vida ¿cómo otorgar para sí el valor que los demás le escatimaban? De ahí que se pudieran derivar dos tipos, entre otros, de posible comportamiento: la renuncia a ser lo que su potencialidad anunciaba -su ausencia en la opinión, en la presencia y en un lugar en el mundo-  o la necesitada actitud de desmerecer a los demás para así, mostrándose superior a ellos (¡Qué miseria!), soportarse a sí mismo en su propio desprecio.

Pero imaginada la respuesta, entendida la concatenación de hechos y circunstancias, nuevamente te encontrarás abocado en dar respuesta a la pregunta de inicio: ¿qué hacer cuando tu jefe te grita?

Pues te podrías imaginar -le decían en un intento de frivolizar la situación-, que sus lóbulos prefontales (los encargados de atemperar su respuesta emocional) no se manifiestan capaces de controlar sus impulsos y, como consecuencia, relativizar la situación o por el contrario, arrodillar la mirada de forma huidiza, sin olvidar, por supuesto, que también podrías responder con la misma moneda, aunque de ser así en realidad te estarías  manifestando de una condición similar a la suya.

Ante el grito. La mirada, serena. El tono de voz, firme. La frecuencia en la palabra, pausada. Cuanto mayor sea la estridencia gritona, mayor debiera ser la tranquilidad evocada. De acompañarte los temblores, que se queden constreñidos al estómago o a las piernas, pero jamás en una mirada que siendo firme se muestre insolente, en una voz que siendo pausada y tranquila se presente humillada. Enfrenta el trato grosero con dignidad.

Y, si puedes, cambia de trabajo; aunque a nadie se  le escapaba la dificultad del empeño.

Pero amigo -le decían-, no olvides que el juez más inapelable de todos  eres tú mismo, trata de evitar  que, además de recibir gritos, cuando te encuentres acompañado de tu sola reflexión pueda asomar en tu interior la ingrata sensación de haberte presentado de una forma humillada. ¡Qué distinto resulta el intento de humillación con el logro de la misma! No bajes la mirada, responde con oportunidad (cuando puedas), pero, sobre todo y por encima de todo, no te humilles, te lo debes a ti mismo.

Lo dicho, con entender no es suficiente. Respétate a ti mismo desarrollando para ello un carácter digno y firme.

El mundo no hay entenderlo, hay que sentirlo.

Publicado el 27/7/2015 en El Confidencial Digital

¿Qué hago si mi jefe me grita?