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Por todos o casi todos, es sabida la forma en que la tecnología ha facilitado  la posibilidad de conexión de los unos con los otros, así como también los grados de libertad que la misma ha añadido a nuestras capacidades de expresión y comunicación. La tecnología, transformando nuestro entorno inmediato, ha provocado una concepción del saber un tanto engañosa: sólo lo calificado como útil pasa a tener la consideración de valioso, al resto sólo le cabe el abandono y el menosprecio.

Pero en modo alguno la consideración de útil y valioso  son formas de sinónimo  desempeño. Cuidar a nuestro padre, anciano ya, siendo valioso, no parece que se pudiera calificar de útil. Para muchos, y siempre desde la atalaya de la utilidad, la filosofía se concreta en una pérdida de tiempo lamentable. Como si dar fundamento y reflexión a lo que la vida es no fuera de gran trascendencia para el común de los mortales.

Pero llegados a este punto, tratemos el asunto del uso de la tecnología en nuestros bienintencionados  deseos navideños. La postal navideña, prácticamente  erradicada de nuestro entorno y costumbres, ha dado paso a toda suerte instrumental de felicitaciones. WhatsApp, Mensaje de texto y Mail, se muestran como el vehículo más “útil” de cara al ritual  navideño.

Dejando de lado su iconografía y  tránsito desde el Portal  de Belén al actual e insulso festín de nieve y color, me centraré en la posible pulsión personal que ampara tanto mensaje edulcorado.

La Postal Navideña, y su proceso, se concretaba a través de un trabajo planificado: ajustada compra de sobres, sellos y felicitaciones, al número de individuos a los cuáles habíamos previsto felicitar. La felicitación,  obligada en su redacción cual amanuense del medievo, sobrellevaba un trabajo y dedicación que, en atención a la ley del mínimo esfuerzo, sólo se soportaba dado lo “valioso” del deseo y del mensaje mismo. De ahí, que quien recibía una felicitación navideña, sabía -sabíamos- del ánimo sincero que habitualmente implicaba la misma.

Cierto es, que las excepciones también estaban presentes en tal forma de significarse. En muchas ocasiones, provenían de entornos de naturaleza mercantil en los que el cálculo interesado se agazapaba tras el hecho navideño. Era una oportunidad para -a caballo de las fechas- regalar, acompañando a la postal en cuestión,  un presente que en muchos casos era, y es, de una generosidad un tanto sospechosa. En todo caso, el proceso se materializaba de forma  “planificada”.

Pero hete aquí, que la tecnología ha posibilitado que lo previsto, mutando, se haya transformado en un sinfín de ocasiones en “espontáneo”, y de ahí, a lo fugaz, a lo banal, a lo insustancial y, por ende, al vacío más absoluto.

Se amaga con lo que se pretende transmitir sin un soporte de sincera intención, la nada como norma, la hipocresía más irredenta, la mentira de una sociedad que no sólo lo consiente sino que participa de la ceremonia. Como resultado asistimos a una obra de lo más ruin y miserable.

A la recepción de un deseo estándar, pero bien armado, se le sucede el envío masivo a todos y cada uno de los contactos del móvil o mail correspondiente. Y así, tratados todos como consumibles reemplazables, pretendemos  que el entorno laboral y social nos reconozca como personas singulares e irreemplazables. Queremos recibir el trato que no estamos dispuestos a dar.

¿Cómo manifestar a las personas que de verdad nos importan que es así? En mi opinión no hay nada como la calidez y compañía que brinda la palabra. La voz, en singular, planificada, y por tanto trabajada, se antoja como la mejor de las manifestaciones de cariño y consideración de quien está al otro lado del teléfono (siempre claro está que el contacto personal no sea posible). Al fin y al cabo ¿Quién no tiene móvil en nuestra sociedad?

Cierto es, que habitualmente la reservamos  para los muy cercanos, al resto, en la cínica pretensión de quedar bien con ellos sin la dedicación debida, los tratamos como cosas, alimentando un tipo de relación denominada yo-ello.

Es por ello, que quien nos otorgue un trato estándar y masivo, por desconsiderado, no merece ningún tipo de respuesta. No nos debemos ocultar detrás de la tecnología, sino hacer uso de ella cuando el contacto humano, el único y verdadero contacto, no es posible.

Publicado el 2/1/2015 en El Confidencial Digital.

Navidad y tecnología.