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La persona se manifiesta en lo que es a través de sus actos. La forma en la que decide y, en el cómo se emplea, ponen al descubierto a qué tipo de individuo nos enfrentamos.

En el ser humano no cabe ausencia de acción, tanto si permanece rígido e inmóvil como activo e incansable, esa será la forma en la que se habrá definido, en la que “se habrá hecho”.

El individuo carente de ilusiones, sin referentes ciertos, aficionado al movimiento quedo y escaso, en el que su afán de servicio hacia los demás se muestra esquivo y ajeno a su condición, no quedará definido por la ausencia de calificativos, por el vacio del “no ser”. Resulta imposible “no ser nada”, no hacer nada. 

En un espejismo ilusorio pudiera parecer que como  no se concreta de forma positiva la definición resulta inútil e irrealizable. Pero todos, en nuestro fuero interno, sabemos que no es así; apelativos como apático, egoísta o cobarde -entre otros muchos- acabarán definiendo la actitud de quien así se emplea. Son las circunstancias que rodean tal comportamiento las que acabarán determinando “el cascabel gatuno” con el que adornarlo.

De cobarde, calificaremos la forma de actuar de  quien reclamándole la ocasión  auxilio valeroso y abnegado,  lo único que ofrece es generosa apatía. Y si la noticia alegre en su condición encuentra en él amargo receptor desabrido, distante, egoísta ensimismado, serán los epítetos más cercanos en su definición.

La sentencia somos lo que hacemos en modo alguno debe empujarnos a considerar que la ausencia de acción positiva nos sitúa en una zona de confort moral. El que omite también actúa.

La persona se concreta en aquello que queriendo hacer, sabe  y puede.  Toda acción encierra voluntad, conocimiento y poder-obligación. En los encuentros y desencuentros de estas tres variables se forman las distintas zonas de intersección como reflejos de una determinada situación.

Así, cuando  voluntad y obligación se manifiestan huérfanas de conocimiento, la posibilidad de concretarnos en el hacer quedará limitada por el saber o cuando, entre otras más variantes, queriendo y sabiendo, la falta de potestad  no permite una definición de mayor responsabilidad. Pero, ¿cómo calificar al individuo que con conocimiento suficiente y obligación basada en la posición que ocupa se niega (no quiere) a emplearse debidamente?, ¿Cómo calificar a quién lisa y llanamente no le da la gana de actuar bien? (ilustrada en el gráfico). Puede-debe, sabe, pero no quiere.

La buscada inacción o la acción maliciosamente realizada, de ser consentida, se propagará en el modo de hacer de la organización como si de un fuego alimentado por el viento y la sequía se tratara. El viento en la falta de corrección de tal desatino, y la sequía como cultura corporativa impregnada en la ausencia  de valores y relativismo moral imperante.

¿Qué hacer cuando es la malicia quien gobierna la nave?  Cuando no se quiere acometer lo que por obligación y destreza suficientes corresponde.

La búsqueda de justificación a tal actitud lo único que propiciará es una maraña de argumentos y contra-argumentos de difícil solución. El arte de dirigir requiere, a partir de un trato respetuoso y educado y ante situaciones como la apuntada, de firmeza, de paciencia y de oportunidad. A quién así se emplea es de justicia darle oportunidades

Oportunidad en la reflexión, en el consejo, en la “correcta” llamada de atención, pero una vez “consumidas” todas aquellas  palancas que tenían por finalidad provocar el cambio en quién de esa forma se manifiesta,  lo único que restará será separar de la empresa o institución al que ha desperdiciado el tesoro de las posibilidades. La equidad lo requiere. no se debe tratar a todo el mundo por igual. A cada uno lo suyo, a cada cual lo que le corresponde. En definitiva cada persona debe percibir lo que se ha merecido. Así lo requiere la justicia conmutativa.

Publicado el 25/3/2014 en El Confidencial Digital

Cuando la malicia es la que maneja el timón.