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En ocasiones, asomarse a la función directiva en la empresa puede ser consecuencia de un largo camino de entrega y aprendizaje. Otras veces, por el contrario,  es un “premio” que por sobrevenido puede impactar de forma frívola en el individuo quien, alentado por su soberbia e inmadurez, se puede convertir en un foco de inquietud y desgobierno.

¿Cómo atemperar en su conducta a ese joven que muchas veces de forma inopinada -siempre a ojos de los demás- aterriza de forma advenediza como director de un departamento o empresa? ¿Qué “prestaciones de serie” deberían adornar su personalidad directiva? ¿Dónde se pueden adquirir los conocimientos y habilidades necesarios para tal cometido?

El criterio

Que una persona se manifieste con criterio supone que en sus decisiones están presentes de forma acertada, además del componente técnico, las relaciones con los demás.

Carácter y competencia adecuados nos mostrarán a la persona como un individuo dotado de criterio. En lógica consecuencia un conocimiento más amplio posibilitará un mejor y más atinado criterio.

Cuando las características más relevantes del individuo se sitúen en el área de la competencia nos encontraremos con apelativos tales como buen profesional, técnico, profesor, consultor, experto, etc.

Por contra,  cuando las cualidades más destacadas  se encuentren en el área del carácter nos enfrentaremos con calificativos del tipo, honesto, sacrificado, bondadoso, firme, ejemplar…

Es en la armonía de ambos universos donde se situarán los epítetos más equilibrados de la naturaleza humana: sabio, maestro o directivo con mayúsculas -entre otros-.

El carácter

La esencia de lo que es una persona se concreta en el carácter, viene definido por lo que la persona “hace”, por cómo se emplea. ¿Ofrece consuelo, silencio o espera paciente cuando así lo requieren las circunstancias? ¿Dirige con firmeza el rumbo de su vida o por el contrario no se debe a nada ni a nadie? ¿Se muestra disciplinado o extravagante en su conducta? ¿Es ejemplar o se emplea con egoísmo y soberbia? En la respuesta -comportamiento- a estas y a otras preguntas es donde el mismo adquiere carta de naturaleza.

Presentarse como una persona creíble, que cumple lo que dice; que lo que dice y hace guarda sintonía con la verdad, son requisitos que, de resultar acompañados de una forma de ser firme y resuelta, nos presentarán a un individuo especialmente dotado para la dirección.

La integridad, la verdad, la paciencia, el ejemplo, el coraje, son valores que no conocen de sectores económicos ni de especialidades directivas. Se es uno e inequívoco, o no se es.

Muchas son las empresas en las que se pretende un desempeño directivo insensible y agresivo  que más tarde, en su domicilio, debe transformarse en  comprensivo y paciente. Quien así se emplea -insensible y agresivo- ¿se sentiría con arrestos suficientes para narrar a los suyos -pareja e hijos incluidos- su desempeño laboral? Una respuesta negativa sería prueba más que suficiente de  que algo no marcha bien.

El conocimiento

Los inicios de la vida laboral normalmente vienen marcados por desempeños laborales de naturaleza técnica, rara vez se debe dirigir a otros en calidad de jefe.

Si, en la condición de mínimos, la  incorporación a la empresa necesita de una licenciatura, será la misma la que marque el requisito necesario de incorporación; de manera similar resultará  cuando lo que se requiera sea experiencia.

Pero conforme la experiencia y el mejor conocimiento de las cosas lo justifiquen, el individuo ocupará posiciones de mayor componente político y social en detrimento del técnico. Es en estas circunstancias cuando las denominadas habilidades blandas -inteligencia emocional- se nos muestran como vitales.

La facilidad de  relación con los demás, basada en una fuerte empatía, así como una manifiesta capacidad de mostrarse como persona proactiva, junto a capacidades de buen mediador y catalizador del cambio, nos presentan a una persona especialmente dotada para la dirección.

Tal como apuntábamos con anterioridad es en la conjunción del carácter y de la competencia donde se nos presenta un directivo con criterio.

Escuelas de dirección

Tal como citábamos al principio,  muchas son las ocasiones en las que un joven con conocimiento técnico adecuado se enfrenta de forma inopinada con la labor directiva.

En la mayoría de los casos su fuente de conocimiento directivo bebe de la forma en cómo se empleaban sus padres,  amigos, entrenadores -si los tuvo- y  profesores -muchas veces sin vocación ejemplar-.

Pobre bagaje para quien a partir de ahora debe “dirigir” a otras personas. Ante cualquier contratiempo o circunstancia se empleará con las herramientas previas que como persona posee, estas serán: las adquiridas en su casa,  con su grupo de amigos o de club,  colegio y universidad. Insisto corto y escaso  bagaje le acompaña.

Las escuelas de dirección de empresas, solamente las más prestigiadas, nos enfrentan con procesos de reflexión y toma de decisión que deberían propiciar un mejor desempeño directivo. Siendo verdad lo apuntado no podemos obviar que las decisiones adoptadas en el aula jamás se podrán poner en práctica.

¿Qué ocurre cuando un buen análisis no da paso a una buena ejecución, cuando cualquier contratiempo dificulta una orden o indicación que por falta de asertividad suficiente no consigue la continuidad necesaria?

Así, el proceso reflexivo de la escuela de negocios se nos presenta como condición necesaria, pero nunca como suficiente. Es en el día a día, de la mano de directores, que a modo de mentores expertos se empleen, cuando el problema puede tener respuesta. Es en el hacer, en el sentir y no sólo en el conocimiento intelectual que el problema puede tener solución. Vivir y sentir de manera adecuada se nos antojan como formas sinónimas de ejecución necesarias en el directivo. El mundo no hay que entenderlo hay que sentirlo.

Publicado el 3/1/2014 en El Confidencial Digital

Escuelas de dirección. Un paso adecuado pero insuficiente