La neurociencia reconoce como mínimo la existencia de tres redes neuronales : apego, cuidado y sexo que en función de su ponderación actitudinal darán lugar a los distintos tipos de amor. Si bien es cierto que el conocimiento de las redes enunciadas no nos aporta información relevante sobre la pulsión que justifica el tránsito eléctrico, su conocimiento se nos presenta como un paso ineludible en su futura comprensión.
En el apego se concreta el deseo de disfrutar de la presencia de aquellas personas que nos brindan ayuda y afecto; por contra, en el cuidado somos nosotros el foco que irradia mimo y cariño. ¿Y el sexo? Lo que hasta no hace demasiado tiempo se contemplaba a los únicos fines de procrear, hoy en día y en multitud de circunstancias se nos presenta como desligado de tal finalidad.
La base biológica del mismo -el cerebro social- se muestra como una evolución anterior al cerebro intelecto-cognitivo. De ahí que resulte tan difícil, sino imposible, atemperar al mismo con discursos lógicos y racionales.
La mixtura resultante de un balanceo armónicamente concebido de las tres redes citadas dará como resultado la mejor de las simbiosis posibles entre dos personas. Hablamos del amor de pareja.
Cuando nos enfrentamos de forma separada a cada una de las redes reseñadas, la amalgama no se produce, y de forma congruente surgen otros tipos de relación que, aún siendo manifestaciones de amor, no merecen los mismos calificativos que el amor reseñado.
De ahí la existencia del cuidado de los demás como entrega afectiva sin presencia de apego y sexo o las relaciones de amistad basadas únicamente en el apego, etc.
¿Pero qué es el amor de pareja? la sola presencia reactiva de los tres circuitos neuronales apuntados o algo más. ¿Cómo podemos expresar lo que sentimos por otra persona? Reflexionemos a partir de los deseos expresados por un tercero en la ceremonia de matrimonio de una joven pareja.
“Queridos amigos (así se expresaba) cuántas veces un abrazo cómplice y sincero es la mayor de las manifestaciones de cariño. El contacto, el roce no necesita de palabras, es la primera y más elemental manifestación de amor. Puede ser la continuación natural de un te quiero o el roce silente de quien simplemente quiere estar a nuestro lado. La compañía silenciosa, muchas veces es una hermosa concreción de amor, estoy contigo y no necesito más.
Pero no olvidéis que el amor también requiere de detalles más prosaicos; la ayuda, el recado, el cuidado que facilita la vida del ser amado a través de vuestra entrega generosa, y como no, de los regalos, como forma de haber encontrado un tiempo dedicado a la búsqueda de lo que agrada a nuestra pareja, es un pensar en ella, es un tiempo de amor callado.
De forma escueta y sencilla recordaros que amar supone conjugar el verbo en todos sus tiempos; yo te cuido, abrazo, anhelo, respeto , tú me ayudas, consuelas, animas, comprendes. Nosotros, como valor superior frente al egoísmo, compartimos penas y alegrías como si de una única persona se tratara.
Si tal forma de actuar forma parte de vuestro día a día, el sentimiento de “estar enamorado”, de concepción puramente reactiva, no se os mostrará como una finalidad perseguible -quiero estar enamorado- sino como la consecuencia natural de multitud de elecciones de libre convivencia amorosa”.
Amar, bien sea en una relación de pareja, de amistad o de vínculo paterno filial, supone emplearnos a través de actos concretos que se expresan mediante la palabra, el contacto, el compartir tiempo de calidad, los servicios y los regalos. El anuncio fervoroso de la mejor de nuestras disposiciones amorosas si no se muestra acompañado de hechos concretos se transforma en una pura entelequia. Somos lo que hacemos.
Publicado el 22/10/2013 en El Confidencial Digital
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