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En particular me refiero al tibio de ánimo, de condición, a aquel tipo de  persona o institución que vive instalada en lo conveniente, en el qué dirán, en el puro cálculo y utilitarismo. La tibieza,  como subproducto del  relativismo moral que es, encuentra aunque sea en clave de humor,  en GROUCHO MARX y en sus principios -más bien la falta de ellos- un referente ciertamente esclarecedor. Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros.
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La ausencia de firmeza y de claridad en el tibio  se concreta, cuando ocupa posiciones de responsabilidad, en la pura entropía, en el desorden y el desgobierno total. ¿Qué pensar de quien argumenta como adecuado lo que media hora antes mostraba como impropio?¿Qué hacer ante el vaivén de un jefe sometido a la duda constante?

Un atisbo de inquietud nos puede sorprender ante la siguiente cuestión.  ¿El cambio de opinión hermana en su condición -de tibio- a todo ser humano o por el contrario lo singulariza?

Vayamos por partes. Nada se podrá objetar con respecto al cambio que, tras razonamiento  adecuado, se apalanca en la búsqueda de la verdad por muy incómoda que esta sea. El individuo que así se emplea, y siempre que las variaciones no sean algo habitual en él -supondría falta de criterio-, se nos presentará como  confiable. Su anclaje con la verdad nos  lo muestra  ajeno a cualquier tentación de tibieza o de relativismo moral.

En otro orden de cosas, bien distinta resulta la modificación de criterio  amparada por un carácter caprichoso e irascible o por otro  falto de asertividad.

En el primer caso, será la ira, la  soberbia o un narcisismo descontrolado, quien se revele en toda su crudeza como  impulsor de un carácter autoritario y despótico, fuente de un ambiente emponzoñado que deviene en inseguridad y malos modos. Nadie sabe a quién se encontrarán al día siguiente, nadie conoce  los principios que rigen su conducta. Tal tipo de persona no resulta tibia en su condición sino errática y avasalladora.

En el segundo, la falta de asertividad en el individuo propicia que se contemple a sí mismo como un ser menor, su vida se basa en la renuncia, en la ocultación. Renuncia a mostrarse, a expresar y defender su opinión, en definitiva a reivindicar su lugar en el mundo. Su estrategia vital es la derrota. Tal dinámica  también se nos muestra ajena a la tibieza; su forma de operar siempre es la misma, no aparenta lo que no es. Su lucha no se libra a favor o en contra de la verdad sino en contra de sí mismo y de su falta de coraje.

En cambio, el tibio de condición vive instalado en el fino cálculo, ninguna acción se le presenta como buena o mala en atención a la justicia, a la verdad o a la entrega amorosa. No hay principios, su vacío está pleno de  interés. Es el fin, y en particular el fin egoísta e interesado,  quien sustituye a la verdad y a cualquier  tipo de consideración ética . Trata de aparentar lo que no es, de tal manera que termina siendo pura apariencia.

Tal tipo de personaje acaba negando, a sí mismo y   a los demás,  la posibilidad de mostrarse como un ser veraz y, por tanto, digno de confianza. Vivir instalado en el engaño es una importante fuente de insatisfacción personal que puede abocarnos a la más terrible de las depresiones. De ahí que quien quiera contentar a todos acaba no logrando satisfacer a nadie    -incluido él mismo-.

La tibieza se manifiesta como el refugio de la falta de carácter. La ausencia de firmeza en nuestras convicciones impide la lucha por el ideal inexistente. Lo que se piensa, se dice y se hace no guarda correlación alguna; de ahí que el tibio tampoco se nos muestre como una persona íntegra,  rara vez hace lo que dice. La ambigüedad se presenta como su habitat natural.

En el tibio, el contrato psicológico, aquel tipo de contrato que obviando lo escrito fundamenta las relaciones de confianza en los supuestos tácitamente acordados, salta por los aires cada vez que su firmeza se pone a prueba.

La tibieza emerge como uno de los fenómenos más universales de nuestra sociedad, fácil de contemplar en cualquier situación; bien sea en una reunión de vecinos donde la mayoría prefiere permanecer callada a la espera de apoyar en privado lo que debiera haber defendido en público, bien en aquel tipo de partido político, franquicia de uno nacional, que contempla como mengua su presencia por falta de arrestos suficientes en la defensa de la causa común.

Pero al fin y al cabo describimos situaciones y circunstancias tan antiguas como la humanidad misma, la eterna lucha entre  vencer a cualquier precio relativizando lo que fuera menester (sofistas) o aferrarse a la verdad por bandera (Sócrates).

Publicado el 8/11/2013 en El Confidencial Digital

La tibieza como causa de descrédito…y de insatisfacción.