Al inicio del desarrollo de un tema de actualidad en el periódico digital El Confidencial.com, que lleva por título Harvard ‘apoya’ la independencia: la élite de economistas se suma al proceso, se hace referencia a una frase del escritor Max Aub: “uno es de donde estudió el bachiller” como justificación al hecho de que importantes personajes del mundo académico se hayan sumado a la ola independentista actual.
¿Pero hasta qué punto puede tener fundamento tal aseveración? Resulta paradójico constatar que la frase en cuestión hace referencia a aspectos de la docencia que se nos muestran ajenos al puro conocimiento intelectual. ¿Qué paralelismo podemos establecer entre el estudio de las ecuaciones de segundo grado, pongamos por caso, y el sentido de pertenencia a una colectividad? Sin lugar a dudas ninguno.
¿Entonces cuál es el fundamento de tal paradigma?, ¿Qué extraño influjo se puede ejercer desde la atalaya académica que consigue logros “no propuestos”?
Dadme un niño durante ocho años y haré de él un socialista para siempre, frase atribuida a Lenin que nos puede ayudar a comprender los entresijos de la educación instrumentalizada al servicio de causas ajenas al fin último de la misma: formar seres libres. La enseñanza como palanca propagandística.
Los entresijos del cerebro social.
La persona, como ser social que es, se desenvuelve constantemente en colectividad. Sus inicios de carácter social vienen marcados, además de en la familia, por sus primeros pasos en la guardería y en el colegio -mundo occidental-. El entramado de variables presente en toda relación de sociedad se muestra de forma muy pareja a lo que Goleman cita en La práctica de la inteligencia emocional. “A lo largo de la evolución los miembros de los grupos tienen que equilibrar las ventajas que supone la cooperación para defenderse de los enemigos, cazar, recolectar y cuidar de los hijos, con las desventajas que conlleva la competencia interna por el alimento, el sexo u otros recursos limitados. A ello debemos agregar las jerarquías de dominio social, las relaciones de parentesco y los intercambios quid pro quo, que dan lugar a una ingente cantidad de datos sociales que hay que interpretar y utilizar adecuadamente”
De ahí surgió la necesidad evolutiva de disponer de un cerebro social capaz de desentrañar la tupida red de tela de araña que se encuentra presente en toda relación grupal. Tal circunstancia propició que la inteligencia social, la que da soporte adecuado a nuestras relaciones con los demás, emergiera con carácter previo al desarrollo de habilidades de pensamiento abstracto e intelectual.
La secuencia evolutiva se nos presenta con meridiana claridad. Emoción en singular: el timbre del peligro, posibilita la supervivencia. Emoción social o comportamiento social atemperado: la cohesión del grupo como sinergia de vida, y el pensamiento abstracto y racional propio de la especie humana, a modo de garante de mejora vital.
Uno es de donde estudió el bachiller
En lógica consecuencia el requisito de ser aceptado por los demás, de formar parte de un colectivo, una de las necesidades más vivamente sentidas por el hombre, se nos presenta como el más poderoso instrumento de que dispone el ser humano en su afán de condicionar el comportamiento de cualquier persona, el bachiller claro que si.
Principios y valores
Condicionar el comportamiento de una persona es un valor que no queda calificado como bueno o malo por sí mismo, la bondad del hecho dependerá de los criterios rectores de tal tipo de actuación -los principios-.
La lealtad (valor) puesta a disposición de un mafioso nos mostrará como tales; el robo esforzado (valor) nos presentará como ladrones. Condicionar -mediante la educación en toda su extensión- el comportamiento de “bachilleres” en atención al amor al prójimo, al respeto, a la entrega a los demás; en definitiva principios, valores de orden superior, se nos presenta como radicalmente opuesto al de aquellos que necesitan envilecer a todo lo que les rodea en atención a resaltar las bondades de su “clan familiar”.
Intelecto y emoción social
De ahí la importancia de una educación basada no ya en valores sino en principios. Principios como los citados de justicia, respeto por la persona, amor y entrega generosa al prójimo, etc. que obren a modo de guías en la aplicación del conocimiento.
En realidad el artículo citado posiblemente califica más al redactor que al “redactado”. Manifestarse bocabadat (boquiabierto en castellano) por la opinión de ilustres economistas, en relación al independentismo, no hace otra cosa que tratar de medir un asunto emocional -el independentismo- con variables de naturaleza intelectual nada adecuadas para ello. Algo así como tomar la temperatura corporal con un metro.
Es el intelecto quien debe estar al servicio de la ética y no al revés; se trata de hacer bien el bien no de hacer bien el mal. La altura intelectual no confiere mayor nivel de grandeza que la que no esté atemperada por criterios de orden ético. ¿Cómo atienden a sus hijos -si los tienen- los doctores citados en el artículo en cuestión?, ¿Y a su familia y amigos? ¿Son íntegros en su comportamiento? ¿Tratan de ladrones a españoles por el mero hecho de no ser catalanes? Si así fuera ¿qué opinión les merecen aquellos ciudadanos de provincias catalanas que se benefician del PIB de Barcelona y en lógica consecuencia podrían merecer el mismo calificativo? ¿Basan sus enseñanzas y conclusiones en la consideración respetuosa por los demás o sólo son merecedores de ello los pertenecientes a su autonomía, nacionalidad, país o como quiera que se le desee denominar?, ¿Cuántos de ellos, creyentes en su condición religiosa, se manifiestan de forma ajena a la doctrina de la iglesia?
El intelecto por sí mismo no garantiza que la opinión en asuntos de índole social sea más acertada. De lo contrario no sería entendible que los “doctores” en cuestión yerren en la educación de sus hijos, en el desarrollo de sus relaciones sentimentales, en manifestar fortaleza de carácter cuando el asunto lo requiere y un largo etc. de circunstancias. Ningún hecho relevante de nuestras vidas gira en torno al mismo. La muerte de un ser querido, el nacimiento de un hijo o un nieto, matrimonio, etc. no se deben entender, se sienten y punto. No se trata de demonizar lo cognitivo en la persona sino de situarlo en su auténtica dimensión.
El intelecto es una potente herramienta de ayuda en el gobierno de nuestra vida si se encuentra al servicio de un espíritu tensado y educado en la rectitud. Al fin y al cabo, ¿de qué se trata de ser independientes o libres? La independencia que se pide se nos presenta como un contumaz oximoron. Se nos anuncia con una cadena.
“Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” Albert Einstein.
Publicado el http://www.elconfidencialdigital.com/opinion/tribuna_libre/Independentismos-intelecto_0_2133986584.html
Deja una respuesta