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Libertad y  disciplina  se nos presentan como conceptos antagónicos. Aunque en realidad la primera, concretada en la libre elección de una alternativa de  entre varias  posibles, requiere de la segunda como requisito  ineludible en la materialización de la opción escogida: sin ella nunca se alcanzaría la meta elegida.

Pero el ejercicio de la libertad no queda limitado a la capacidad de elección. Dicho de otra forma, poder elegir de entre varias opciones en modo alguno garantiza que nuestro comportamiento pueda merecer el calificativo de libre. Vayamos por partes.

La libertad.

En una  primera consideración podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, que todo ser humano aspira a tener  capacidad de  elección.  Desde esa visión y sin más reflexión,  libertad y posibilidad de elegir se nos presentarían como formas sinónimas.

Según sentencia de Epicteto [1] “De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones: es decir nuestros actos. Las cosas que dependen de nosotros son libres por su naturaleza misma”.

En lectura apresurada, libertad y  capacidad de elección se confunden . Vistas así las cosas, la adopción de una alternativa de  entre varias nos haría libres por el mero hecho de poder escoger. Como puedo elegir soy libre.

Espejismo disipado por otra de sus reflexiones. “La esclavitud del cuerpo es obra de la fortuna; la del alma lo es del vicio. El que conserva la libertad del cuerpo, pero tiene el alma esclava, esclavo es, pero el que conserva el alma libre, goza de absoluta libertad, aunque esté cargado de cadenas. A la esclavitud del cuerpo una cosa pone término: la muerte; a la del alma, en todo momento la virtud”.

De lo que se infiere que el filósofo en cuestión consideraba obligado  añadir a la capacidad de elección una condición de cumplimiento necesario: el comportamiento virtuoso.

En consideración más reciente, Sthepen Covey en su obra  Los siete hábitos de las personas altamente eficientes nos regala: ” Entre estímulo y respuesta hay un espacio de tiempo.  En ese espacio se halla nuestra libertad y nuestro poder de escoger la respuesta.  En nuestra respuesta descansa nuestro crecimiento y nuestra felicidad”.

Cuando estímulo y respuesta se suceden sin la más mínima posibilidad de reflexión, nos mostramos cercanos al reflejo -respuesta animal- y por tanto ajenos a la consideración de seres libres. El insulto, sin reflexión previa, que tiene por precedente, pongamos por caso, una atención desganada no hace sino mostrar una naturaleza carente de todo atisbo de libertad.

No obstante, que el mismo sea vertido después de un breve período de reflexión tampoco nos muestra como seres libres. Falta el componente virtuoso de Epicteto que en Covey se concreta en que toda acción, para que pueda ser calificada de libre, requiere de tiempo de reflexión en atención a  poder responsabilizarnos del resultado de la misma, así como la presencia de principios de naturaleza imperecedera y universal, tales como, la justicia, el amor, la entrega a los demás, etc., que dignificando toda acción -elección- humana la hacen libre. Siendo así, la libertad requiere de acciones que por ética estamos obligados.

La disciplina.

Pero elegir no significa concretar. Una elección libre en su concepción requiere de disciplina, como manifestación de compromiso, con el objetivo trazado. Como músculo de la voluntad que es da pruebas evidentes de la firmeza de nuestras convicciones.

Estudiar de noche, como alternativa necesaria en la consecución de un aprobado, resulta inútil si ajeno a toda disciplina no lo llevamos a efecto .

Mantenerse en forma, estudiar inglés, adelgazar, sin disciplina son objetivos de imposible concreción.

La disciplina implica compromiso con el objetivo propuesto, y en la mayoría de las ocasiones se concreta con esfuerzo y sacrificio. De ahí que toda elección libre, esto es, en presencia de los  principios comentados, extraña a toda disciplina,  quedará en agua de borrajas.

Una vida ausente de su presencia deviene en errática, dramática, vacía de contenido. Quien no tiene objetivos vitales, libres en su concepción, difícilmente se puede mantener disciplinado a unos anclajes  inexistentes. La vida se transforma en una experiencia extravagante. No suplanta a lo verdaderamente importante, las metas, simplemente las hace posibles.

Es por ello que podemos afirmar que un individuo sólo podrá mostrarse como   libre cuando agregue a    sus decisiones de libertad -éticamente condicionadas- la disciplina necesaria. Libertad no es capacidad de elegir sin más.

[1] Filósofo griego de la escuela estoica

Publicado el 28/5/2013 en El Confidencial Digital

 

Sin disciplina la libertad resulta imposible