Escritor. Formador. Conferenciante. Coach de Alta Dirección

Escuela y empresa. Felicidad y enseñanza o trabajo: mismos problemas, mismo discurso.

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Con embeleso, por su claridad de ideas, he leído una entrevista a Alberto Royo —profesor de instituto en Zaragoza y autor de la obra Contra la nueva educación (Ed. Plataforma),   publicada por el periódico El Mundo. En ella, y según mi particular parecer, se dicen verdades como puños que siendo de puro sentido común se pudieran apreciar, dada la ola de edulcorado “buenismo” que nos invade, como disruptivas.

 

De la misma, extraigo alguna de sus reflexiones con el ánimo de establecer paralelismos entre el ámbito escolar y el empresarial. Éste, a mi entender, se muestra sumido en el mismo despropósito acomodaticio.

En palabras de Royo: “Lo que yo critico es que en la línea hegemónica de esa nueva educación sí parezca que se antepone el sentido lúdico al esfuerzo que conlleva cualquier aprendizaje, que se dé a entender que el éxito es fácil y que lo importante es una felicidad de libro de autoayuda. Que, en la realidad, se acaba arrinconando la disciplina, el esfuerzo y la atención… En el fondo de esta cuestión sobre la nueva pedagogía está la pregunta de qué queremos que haga la escuela, si los niños van a ir a ser felices o a aprender. La escuela tiene que dar formación, no es un lugar donde enseñen la búsqueda de la felicidad”.

Y lo que en la escuela acontece como simiente de fruto posterior, se acabará plasmando —como así ha sido— en una forma de pensar (más bien en su ausencia) que, acrítica en lo colectivo, supone que el logro, si huérfano de ilusión y felicidad, resulta imposible por desalentador.

Muchos gurús (por suerte hay excepciones) de la formación directiva y de la motivación empresarial, anclados en paradigmas similares de los que Royo se hace eco, imparten consignas y más consignas que, tratando sobre las bondades de la felicidad laboral (felicidad por doquier), sobre la necesidad de adornarnos con una sonrisa permanente, y sobre lo adecuado de propiciar un “buen rollo” en lo colectivo (evitemos el conflicto ¡por Dios!), no hacen otra cosa que vaciar de verdad y contenido cierto a los conceptos por ellos evocados.

Deconstruido el lenguaje, y falseado en su intención, se consigue facturar por novedoso lo que más pronto que tarde se mostrará equivocado y falaz.

“Ahora mismo, el discurso hegemónico es lo fácil y lo cómodo. Si mantienes la importancia del esfuerzo eres ya sospechoso de ser un retrógrado”, sostiene Royo. Su respuesta, trasladada como si de una homotecia se tratara al ámbito de lo empresarial, deja evidencia del discurso monolítico que se ha instalado en él. Todo aquel tipo de empeño que pudiera quedar bendecido por la ilusión, la reilusión, la felicidad, la motivación, el pensamiento positivo, el concepto de flujo del psicólogo Mihály Csíkszentmihályi, la psicología positiva de Martin Seeligman… encontrará una legitimación extraña a quien persiga sus logros con tesón, esfuerzo y disciplina.

La tiranía de lo guay se impone en una forma de entender la vida que pretende de ella que sea pura comedia; la tragicomedia —la vida en estado puro— ya no se estila.

Tiranía de lo positivo
No se trata de afear los aspectos positivos del discurrir particular de cada cual, ni mucho menos, sino de apreciar que no podemos vivir instalados en la risa y el jolgorio constante. La tiranía de lo positivo nos sitúa en el rechazo al esfuerzo, a la disciplina, y por encima de todo al intento de ocultar que la vida no conoce sólo de deseos tan bienintencionados. Cuando la adversidad nos visita —tarde o temprano lo hace— en forma de enfermedad, accidente, desencuentro laboral, amoroso o vaya usted a saber, requerirá de nosotros todo aquello que contumazmente se trata de ocultar tanto en la escuela como en los corrillos motivadores de tan pobre discurso empresarial.
Artículo publicado el 16/3/2016 en diarioabierto.es

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3 comentarios

  1. Fran

    Recientemente escuché por la radio, quizá era la misma persona, a un matemático-filósofo, hablando del sistema educativo en España.
    Básicamente venía a decir que “los pedagogos se ha cargado el sistema educativo”. Basaba su afirmación en que se ha acabado con la cultura del esfuerzo y del compromiso en las instituciones educativas españolas y que los estudiantes españoles desperdiciaban su tiempo de una manera lastimosa y como consecuencia la nación española desperdiciaba ingentes recursos económicos y la oportunidad de diferenciarse del entorno, con trabajadores muy cualificados, capaces de crear mucho valor añadido.
    Creo que empieza a haber cierto consenso en que la calidad de nuestro sistema educativo, está muy por debajo de los recursos económicos que dedicamos a este asunto.
    Y lo triste es que un asunto que es de Estado, sigue sin contar con el consenso de los partidos políticos, con lo que con cada nuevo gobierno nos desayunamos un nuevo sistema educativo.

    • Santiago Avila Vila

      Plenamente de acuerdo contigo Fran. En todo caso, estoy convencido de que nuestro sistema educativo refleja la “ñoñería” instalada en nuestra sociedad.

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