En la búsqueda de conceptos pretendidamente novedosos nos hemos topado de forma más o menos reciente con el término compromiso. A resultas de tan señalado “logro” ya podremos aferrarnos a una nueva coletilla mediática. Así, a territorios tales como el del liderazgo, y el de la gestión del talento, entre otros, les añadiremos sin demasiados miramientos el del compromiso.
Vocablo, que manosearemos, que mostraremos como el más novedoso de los hallazgos hasta que, exhausto, acabe, como tantos otros, vacío de todo contenido. Se intentará mostrar como de factura reciente lo que en su esencia no debiera habernos abandonado nunca.
¡La empresa necesita de personas comprometidas! Se exclama en un discurso que tiene garantizada la aquiescencia de todos. Es lo que toca decir. Lo políticamente correcto.
Pero en multitud de ocasiones, y de forma subliminal, lo que se está reclamando es un vasallaje a los solos designios del jefe. La empresa como agente económico no es otra cosa que un ente de naturaleza social constituido por personas de distinta condición, y en caso de que su condición, sean jefes o no, no sea la adecuada, ciertos valores como el del compromiso pueden quedar subyugados a las prácticas más perversas.
Porque en definitiva qué es la empresa sino una serie de individuos -comprometidos o no- al margen de cargos, empleos y responsabilidades. En cuántas ocasiones lo único que se anhela, del trabajador en general, y del directivo en particular, es la sumisión más absoluta en beneficio de una relación a todas luces caciquil. ¿Y los empleados -directivos o no- no anhelan sentirse correspondidos?
¿Cómo lograr el compromiso de una persona que no es comprometida? Porque no nos engañemos, el compromiso no fluye de la mano de la motivación extrínseca, me doy en la medida de que me retribuyen, sino en función de aquel tipo de personas que son capaces de adoptar, por íntima asunción, como propios objetivos definidos por otros. Al hacerlo se obra el milagro.
¿Pero qué significa ser comprometido? Que una persona lo sea, requiere, como paso previo, que establezca un objetivo al cual aferrarse en los momentos de desánimo y, como consecuente continuación, que se discipline día tras día en su logro. Logro, que unas veces vendrá soportado por la ilusión, otras, por el sentido del deber, y otras, por la entrega amorosa. Quien así se emplea se concreta de forma íntegra, esto es, se ofrece como un continuum entre lo que piensa, dice, y hace. ¿Cómo dudar del que se ofrece con semejante carta de presentación? Por desgracia, en individuos adultos, tales características vienen de serie, las lleva incorporadas de base. Se es o no se es comprometido, al margen de la organización, empresa o institución, en la que desembarquemos.
El carro del compromiso vendría “tirado” de la mano de personas íntegras y veraces que al manifestarse como comprometidas intentarán por todos los medios no violar la palabra dada.
De ahí que pudiéramos deducir que un mentiroso, narcisista irredento, maquiavélico ejemplar o intrigante egoísta, jamás se podrá mostrar como individuo comprometido. En tal tipo de personas el único compromiso posible es el que nace de la búsqueda de su propio interés.
En conclusión particular debiéramos dejar de tratar el tema como si la persona fuera una máquina necesitada de un manual de instrucciones que una vez programada, cual pócima mágica (seminarios y recetas incluidos), transformara al mentiroso y falto de compromiso en una persona comprometida. El papel de la empresa (en relación al mismo) no sería otro que el de favorecer con el reconocimiento debido al que lo sea, desmereciendo, como no podría ser de otra forma, al que no lo sea.
Publicado el 1/12/2014 en RRHH Digital
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