La opinión, ciertamente extendida en el que ostenta responsabilidades públicas, de que el incumplimiento de la palabra dada no debe ser causa suficiente de dimisión, véase el caso de Duran i Lleida, nos sitúa frente al dilema de concretar qué es lo que nos califica y de forma consecuente cuál debería ser la respuesta del calificado.
Sentencias como “las responsabilidades políticas no deben dirimirse en atención al enunciado de falsas promesas o a declaraciones manifiestamente desafortunadas sino como consecuencia de acciones inadecuadas” necesitan de una necesaria reflexión.
El ser humano se concreta en acción, somos lo que hacemos; anticipar una acción que después se materializa con presencia de principios de orden universal tales como la justicia, el amor incondicional, la entrega desinteresada, no hace sino corroborar que nos encontramos ante una persona integra.
¿Pero no es recomendable, como paso previo y necesario, definir qué entendemos por acción en el ser humano? De no hacerlo asumiríamos el riesgo de que se pudiera concluir que los actos solamente se concretan con esfuerzo físico, con movimiento.
El consejo, ánimo, reprimenda, promesa son acciones que se vehiculan a través de la palabra. El gesto, movimiento, expresiones plásticas de la inteligencia como el lienzo, la escultura, la danza, acciones también, se realizan a través de la cinética corporal. Incluso la ausencia de acción nos puede permitir la catalogación de un individuo; ¿cuántas veces la compañía silenciosa es el mejor de los regalos?. La apatía en el auxilio del necesitado, la tolerancia en el triunfo de la mentira por falta de asertividad suficiente, manifiestan una endeblez de carácter preocupante.
De forma consecuente el ser humano siempre es acción, la voluntad concretada en quietud o movimiento, palabra o silencio, es lo que acaba calificando al individuo. El pensamiento como semilla se materializa en comportamientos proactivos, reactivos o apáticos . Al calificativo que mide la coincidencia plena entre la palabra dada y la acción concretada se le denomina integridad.
Como conclusión inmediata podemos afirmar que tanto Duran i Lleida, en relación a su dimisión prometida, como Mariano Rajoy en cuanto a la subida generalizada de impuestos, contraria en todo a su programa electoral o Artur Mas en su falaz juramento de cargo como President, no se han manifestado como personas integras, han dicho una cosa y han hecho otra, se han empleado con mentira.
¿Cuáles son las causas que pueden justificar el desvío de la promesa quebrada? El ciudadano objeto de la misma, en su juicio, solamente será condescendiente cuando aprecie la presencia de una inevitable fuerza mayor, de materializarse tal circunstancia únicamente le restará ponderar si la prudencia estuvo presente en el compromiso inicial.
Howard Gardner en su obra “Las cinco mentes del futuro” nos da algunas pistas más que interesantes. “Para un político es fundamental decir que ama a todos los seres humanos: resulta fácil colocar a los que representan las minorías en posiciones visibles y hacerse fotografías con ellos. El observador escéptico se fija en quiénes son los asesores habituales del político, quién es enviado a las reuniones en las que hay mucho en juego ( y quiénes, en cambio, son invitados a los actos y las reuniones de un carácter más protocolario), con quién pasa su tiempo de ocio, con quién bromea o juega al golf y con quién comparte momentos de intimidad y confidencias”.
¿Cuál debiera ser la respuesta a tanta falta de integridad? Sin lugar a dudas la dimisión, con una salvedad, aquel político que obrando con prudencia y buena fe comunica un compromiso que deviene en imposible. Siendo el político mismo quien conoce de primera mano la verdad, será el ciudadano, con criterio suficiente, quien acabará distinguiendo al político mentiroso del que no lo es. Cuando el poder no se ejerce con justicia se acaba desvaneciendo cual azúcar en una taza de café, sólo es cuestión de tiempo.
Publicado el 25/1/2013 en El Confidencial Digital.
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