Estando, como estamos, en época festiva, resulta de lo más cotidiano asistir a alguna de las múltiples cenas de empresa que se celebran con motivo de La Navidad. En ellas, y en un ambiente que se pretende cordial y distendido, se mezclan, compañeros, jefes, y colaboradores de trabajo. Lo que allí ocurra, se manifestará como un síntoma más de lo que la empresa es y de los valores que la soportan.
Existiendo la pura cena y diáspora posterior, no me referiré a ellas; en particular lo haré con aquellas que, continuándose en fiesta musical posterior, se prolongan hasta bien entrada la noche o el siguiente amanecer. En su desarrollo no solamente conviven individuos a título personal sino que también, y fundamentalmente –se quiera o no se quieran ver-, sus cargos y empleos.
Si dramática se me antoja la situación del Director General/Departamento que se muestra ebrio como una cuba ante la presencia de sus colaboradores más cercanos, qué decir cuando en tan lamentable danza se siente acompañado por sus colaboradores.
Su autoridad moral (Auctoritas), basada en el ejemplo, acaba concretándose en testimonio de lo que jamás debiera haber ocurrido; como consecuencia, el único anclaje posible al que aferrarse en su posición directiva queda reducido al despótico: ordeno y mando (Potestas). ¿Cómo “tirar” de quienes han participado de tan miserable ceremonia?
Embarrados todos en el mismo comportamiento, lo único que le resta es apelar a la fuerza, al poder del cargo, y de ahí, a la bravuconada, a la humillación, y al desprecio más profundo, un suspiro. ¿Cómo respetar a los demás sin respetarse a sí mismo?
¿Qué ocurre en el interior del colaborador que presionado por tan bochornosa conducta -por impropia- se siente en la tesitura de emularla no sea que permanecer ajeno a la misma se vuelva en su contra? ¿Y el que teniendo carácter suficiente no hace seguidismo del mismo?
Consideraciones y más consideraciones que no acaban en lo que allí ocurra, sino qué decir de los que teniendo por misión trabajar en la logística del cliente, en el manejo de sus fondos o en auditorías varias, se presentan ante él como el paradigma de una ética a prueba de bombas. Las dotes interpretativas puestas al servicio del engaño y elevadas a los altares de la pieza más cínica y miserable.
Misión, visión, valores, responsabilidad social corporativa, normas ISO –de calidad y medio ambiente-, códigos éticos y no sé cuántas normas más que caen avergonzadas ante conductas tan impropias.
Con la corrupción y los políticos, ya hemos encontrado el muñeco del pim pam pum al cual achacar todo tipo de males; olvidándonos que lo que ellos son es la muestra más evidente y certera de lo que somos como sociedad.
No necesitamos de ningún partido salva patrias para regenerar nuestra vida en sociedad -y cuidado con el que así se emplea puesto que su soberbia todavía es superior a la del resto- simplemente nos bastaría con hacer examen de conciencia del sinfín de actos de desgobierno personal que nos acompañan.
La solución no está en la norma sino en la singular conducta ética de cada individuo. ¿Qué me importa el código ético de la empresa que se muestra inmersa en un despropósito navideño como el citado? ¿Cuál es su fuerza moral para posteriormente en comida de directivos arrogarse una posición de superioridad moral con respecto a tanto político desnortado? ¿Y quién oculta el IVA de sus pequeñas chapuzas amparándose en la corrupción política?
No existe la figura de quien se manifiesta de una forma en el trabajo y fuera de él de otra. Se es en todo momento, lugar, y condición, y al que se entrega sin freno al consumo etílico bajo la excusa de que se encuentra de fiesta sólo animarle a que reconsidere su postura, a que sopese la zozobra emocional de los pocos colaboradores cabales que le resten en su inquietud ante el espectáculo de lo miserable que puede llegar a ser su jefe.
Publicado el 30/12/2014 en El Confidencial Digital.
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