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Muchos son los cursos, seminarios y jornadas que giran en torno al concepto liderazgo. Cuántas veces un individuo que tiene por condición laboral la de directivo, nos anuncia con un falso desapego que ha realizado un seminario de liderazgo. Tal parece que, enfrentado a una serie de ritos iniciáticos, ha quedado imbuido de un halo mágico que transforma  lo que hasta ese momento tenía la consideración de instrucciones, órdenes, o recomendaciones,  en actos de liderazgo.

Con relativa frecuencia,  ponentes y alumnos se aúnan en una auténtica ceremonia de despropósitos que previamente ha sido anunciada con reclamos tales como: Seminario sobre liderazgo. “Conozca  las claves del éxito de los líderes del siglo XXI”. Jornadas sobre el liderazgo de equipos. “Todo lo que un líder debe conocer sobre el trabajo en equipo”. Sin olvidarnos del “afamado líder 2.0”.

Incluso las academias militares se han sumado a la corriente en cuestión. Lo que antaño era vivido y como consecuencia sentido, fundamentalmente a través del ejemplo, hoy es -se supone- aprendido intelectualmente. La forma, y la apariencia, se acaban imponiendo al fondo, a lo trascendente, a lo esencial. ¿Qué pensar de un individuo que no superara la materia de liderazgo, quedaría invalidado para manifestarse como tal?

En la actualidad la mayoría de esfuerzos formativos al respecto se centran en  llegar al concepto desde el entendimiento. ¿Pero de qué sirve este tipo de aproximación, la intelectual, si nuestro comportamiento, la emoción concretada en acción, resulta extraño a tal condición?

El liderazgo de equipos,  deportivo,  empresarial, militar, político, etc., no son más que aplicaciones concretas, en la mayoría de los casos de naturaleza laboral, de lo que se supone debe ser un desempeño adecuado.

Muchas convocatorias formativas se nos presentan con expectativas  como:  “Seminario de liderazgo; 20 horas presenciales y 40 horas de tutoría, impartidas por -un experto- que conseguirá de Vd. que conozca las claves de éxito” ¡Cuánta frivolidad y disparate!

De resultar ciertas tales aseveraciones, sería difícil de comprender la falta de liderazgo   -da igual el ámbito que escojamos- presente en nuestra sociedad.

Con carácter más que habitual tanto los seminarios como las conferencias de liderazgo en realidad son de jefatura,  de cómo emplearse con criterio en el desempeño de toda labor que implique gestionar cosas y dirigir personas. Labor que se puede concretar bien o mal. Cuando por el contrario, en el caso del liderazgo, solamente se debiera emplear el término en cuestión siempre que se hiciera bien el bien.

Hacer bien el mal, es ajeno a cualquier consideración sobre el  mismo. Dicho de otra forma, no existe el mal liderazgo, cuando por el contrario en el caso de la jefatura, sí existe la mala jefatura.

El cometido del jefe será adecuado si se nos presenta como una persona merecedora de confianza, creíble, responsable de sus actos, que no se apropia del mérito ajeno, esto es, íntegra y madura, que aúna a sus cualidades de carácter otras competenciales que suponen no solamente conocimiento intelectual y político, sino también y fundamentalmente emocional. El ámbito concreto marcará cualidades específicas del mismo; desde el conocimiento erudito en el investigador, al criterio responsable en el directivo, pasando por un sinfín de matices.

La forma en que sea percibido por los demás dependerá fundamentalmente de su estilo de dirección. Un estilo dialogante y cercano siempre resultará mucho más atractivo que uno impositivo. De forma consecuente, en los cursos citados, se ensalzan las bondades de la dirección delegante en atención a favorecer el desarrollo y crecimiento de los colaboradores, siendo de forma más reciente cuando se ha introducido la capacidad, a partir del carácter y la competencia adecuados para  inspirar a los demás. Que no sea la orden, la imposición, sino el ejemplo y el compromiso con los ideales compartidos,  la palanca impulsora de nuestros actos.

Si admitiéramos que el liderazgo sólo es factible en el desempeño de posiciones de responsabilidad en una organización, toda persona ajena a ellas o simplemente no empleada, jamás podría merecer el calificativo  de líder.

¿Qué decir del individuo que en su trabajo se emplea con acierto pero maltrata a su pareja? ¿Cómo es la implicación con sus hijos, si los tiene? ¿Cómo se emplea con sus amigos y vecinos? Si la respuesta no es equilibrada, si su forma de actuar no es similar en todos los órdenes de su vida, difícilmente pudiera ser merecedor de la consideración de líder.

Dicho calificativo sólo podrá ser otorgado a aquella persona que, con defectos y virtudes incluidos,  así  trate de emplearse  en todo momento, lugar, y compañía. Si su desempeño –positivo- solamente tiene lugar en el ámbito laboral (empresa, fuerzas armadas, política, institución) en el mejor de los casos su condición sería la  de buen jefe o directivo, pero nunca debiera catalogarse de líder. Para ello necesita  de  registros adecuados en los planos    familiar y social.

De forma consecuente aquel individuo que manifieste destellos de grandeza suficientes en todos sus planos vitales será fuente inspiradora de otros, y por tanto un verdadero líder, al margen de que la relación sea laboral, familiar o social. Por cierto, quien así se emplea maneja con desdén el hecho de ser calificado como tal.

Publicado el 1/3/2013 en El Confidencial Digital

¿Por qué le llaman liderazgo si hablan de jefatura?