Euclides, ante la pretensión del rey Ptolomeo de que le explicara la geometría de una forma simple y sencilla, respondió: “No hay ningún camino regio hacia el conocimiento”.
En el fondo, el matemático y geómetra en cuestión, no hacía otra cosa que evidenciar que la adquisición de conocimiento se comporta de acuerdo con un sistema natural basado en la ley de la cosecha, esto es: el aprendizaje sólo es posible a través del esfuerzo inteligente que se ejerce de forma regular y continuada. No existen los atajos.
La vida en el campo, en particular la de una explotación agrícola, se comporta de acuerdo con las leyes de un sistema natural. La ausencia de siembra y trabajos posteriores impedirán la anhelada recolecta otoñal. Se recoge lo que se siembra, en este caso nada.
Pero no siempre es así. La persona se maneja y desenvuelve tanto en sistemas naturales como el apuntado – la amistad, la paternidad, la vida en pareja, etc.- como en sistemas artificiales de naturaleza social, la universidad y la empresa entre otros, donde el éxito circunstancial y cortoplacista es posible. Copiar en un examen o estudiar atropelladamente la jornada anterior al mismo pueden concretarse en un inmerecido aprobado.
El arreglo transitorio con el que a veces se resuelven determinados inconvenientes -posible sólo en los sistemas artificiales- nos puede enfrentar con el mayor de los espejismos. Bajo su paraguas surgieron, y no hace mucho tiempo de ello, determinadas técnicas que, obviando la dignidad de la persona, muchas veces pretendían un trato superficial y manipulador.
El éxito pasó, de encontrarse amparado por la integridad, la verdad, el esfuerzo, la modestia y el mandato de no hacer a los demás lo que no desea para sí mismo, entre otros, a una concepción basada en el qué dirán, en técnicas y habilidades humanas de relación, así como el enfoque dado por la actitud mental positiva.
No se trata de descalificar determinados logros del pensamiento positivo, de las técnicas comunicación, de las de negociación o influencia, sino de situarlos en el lugar adecuado. Sin lugar a dudas también pueden tener su momento y utilidad pero son destellos de orden secundario.
Las relaciones humanas perdurables y continuadas se comportan como un sistema natural, se recoge lo que se cosecha; así pretender manipular, en definitiva engañar, mediante las técnicas apuntadas a las personas con las que convivimos de forma regular se antoja cuando menos infantil.
Los rasgos que acompañan a los arreglos transitorios tales como el falso interés por los hobbies de la otra persona, la escucha fingida, los servicios intencionadamente capitalizables, la pose y todo tipo de palabrería banal y superficial, quedarán al descubierto, si la relación se prolonga en el tiempo.
La falta de confianza no tardará en imposibilitar una relación con más fundamento. Vivimos instalados en un gran teatro de la mentira. Cuando se anuncian cursos de liderazgo resueltos en una semana, cursos de negociación que no contemplan lo que son -somos- las personas, economía en dos días o dietas milagrosas de un mes de duración, se perpetúa el engaño.
Recetas y más recetas que, al obviar lo esencial en el individuo, lo único que hacen es propiciar el desapego de la persona con respecto a la sociedad en la que vive. Con facilidad se puede acabar instalado de forma permanente en el escepticismo que supone no creer en nada ni en nadie.
La clase política perpetuada en las técnicas apuntadas, los nacionalismos manipuladores de una masa ansiosa de que la consideren superior en su soberbia, el profesorado que olvidando lo vocacional de su profesión se emplea como si de un trabajo más se tratara, y los padres que, en muchos casos, pretenden mostrarse como colegas en una relación a todas luces desvirtuada e imposible, forman parte del teatro apuntado.
La base esencial, el fundamento de las relaciones humanas se encuentra en los principios y valores que nunca debieron abandonarnos. Así, la argamasa de la interrelación personal está constituido por la integridad, la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo y la lealtad subordinados al servicio de la justicia, al amor y la entrega a los demás. Ese es el único camino para conseguir una vida y relaciones plenas. Son los destellos de orden primario.
Si a las relaciones que debieran basarse en lo perdurable le aplicamos las pócimas propias de los destellos de orden secundario nos equivocaremos. Por contra, si la base de la relación se encuentra bien cimentada en lo esencial, unas gotas de orden secundario -un semblante sonriente y amable es mejor que un entrecejo hostil, tu actitud determina tus logros, etc.- se nos ofrecerán como el remate elegante de una sinfonía vital comprometida
En las relaciones humanas, así como en nuestra vida interior el atajo no existe.
Publicado el 5/9/2013 en El Confidencial Digital
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