Sin ningún género de dudas el trato recibido condiciona de forma significativa nuestro comportamiento. Una relación amable y considerada propiciará, en la mayoría de las ocasiones, una respuesta del mismo tenor; por contra, el potencial evocador de una atención tosca y distante puede hacer naufragar el mejor de nuestros ánimos para con los demás.
En multitud de ocasiones, y de forma equivocada, se interpreta que un trato duro y soez requiere de una respuesta simétricamente similar. Encontrar un comportamiento libre y asertivo, en respuesta a una relación desconsiderada, no se antoja tarea fácil.
Infinidad son las situaciones de nuestro entorno más inmediato que se nos presentan como prueba evidente de tales circunstancias. ¿Cuántas veces en un restaurante, comercio o similar, los modos poco adecuados, del camarero o vendedor se topan con una respuesta de lo más grosera por parte del cliente en atención a remarcar “así no se me trata”?
La primera y más elemental de las consecuencias se concreta en que un mal trato ha conseguido una mala respuesta. ¿Qué hacer ante la ausencia de un hermano en un hecho significativamente relevante de la vida de nuestros hijos?, ¿Nos comportaremos de forma similar cuando circunstancias parecidas lo propicien o por el contrario nos manifestaremos de manera más considerada?
Pero si mis respuestas vienen condicionadas mecánicamente por el trato recibido, el resultado no será otro que mostrarme cual espejo de los demás. Una risa amable, un ceño fruncido, una mueca de desagrado, provocarán en mi semblante un reflejo similar. Ni que decir tiene que un grito, empujón o menosprecio, se proyectará sobre nosotros a modo de lápida determinista imposibilitando un comportamiento ajeno al que nos han brindado.
Es entonces cuando cabe preguntarse: ¿quién soy yo realmente?, ¿Quién me gobierna? Si somos lo que hacemos, y mis actos son consecuencia de cómo se emplean otras personas conmigo, ¿no me estaré manifestando como un fiel reflejo de los demás y, consecuentemente, “no seré yo mismo” en la medida que no me muestro en mi genuina singularidad?
En definitiva, quien así se emplea vive condicionado de forma determinista por otros. No se manifiesta como persona libre quien vive esclavizado por el comportamiento ajeno. Las elecciones libres sólo se muestran limitadas por principios éticamente universales; el respeto al prójimo, la justicia y el amor -entre otros- son referentes y condicionantes de la libertad, sólo en su presencia nos empleamos como seres libres.
Cuando Nelson Mandela abandona la cárcel, después de 27 años de encierro forzado, responde con gestos de perdón, de justicia y de amor, en modo alguno se muestra como reflejo del trato recibido, en su grandeza no se siente ni se manifiesta determinado por lo que otros hicieron con él.
El “ojo por ojo y diente por diente” de la Ley del Talión nos invita a vivir una vida sometida al comportamiento de otros, y es en esa actitud que, de perseverar contumazmente en ella, nos mostrará siempre como seres mediocres, incapaces de gesto alguno de grandeza, que malgastan una vida que por ajena no es la propia. Es la de los demás.
No resulta indiferente -sobre todo para nosotros mismos- que la guía de nuestros actos persiga responder con daño al daño recibido que tratar de ceñirnos, aún cuando el resultado de nuestra acción sea el mismo, a la defensa de nuestros legítimos intereses.
El tramo de espacio que existe entre estímulo y respuesta nos acaba definiendo como personas, un gesto desconsiderado en el conductor del coche que nos precede ¿debe ser respondido con otro similar sin más o por el contrario permanecer ajenos al mismo?
Diferente, muy diferente, resulta la respuesta ofensiva al trato desconsiderado de quien persigue molestar a la que simplemente pretende la defensa de su dignidad personal. Si la desidia, el maltrato, la desconsideración, encuentran en nosotros una réplica de la misma naturaleza, nos convertiremos en amplificadores de tanto desgobierno personal; por contra, cuando la misma se mueva éticamente condicionada, nos emplearemos como amortiguadores del mal recibido así como abanderados del trato libre e independiente.
Nuestro estilo, y forma de empleo, para concretarse con libertad debe mostrarse, además de condicionado éticamente, ajeno al trato sufrido; pero amigos para ello, entre otras consideraciones, estamos necesitados de fortaleza de carácter y de asertividad suficiente.
Publicado el 25/7/2013 en El Confidencial Digital
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